LAS CIRCUNSTANCIAS DE ÉL
- ¿Nombre de la paciente? – pregunté a la enfermera
mientras revisaba algunos papeles del escritorio.
- Lilian Mazzei doctor – respondió ella, extrañamente
amable.
- ¿Cuándo y en qué condiciones fue ingresada? –
interrogué nuevamente.
- Hace una semana – dijo mientras me entregaba la
ficha de la paciente - Llegó por voluntad propia y desde ese entonces que está
en la habitación de seguridad.
Me detuve un momento a reflexionar - ¿Voluntad propia?
– pensé. Esa era una palabra poco común dentro de un hospital siquiátrico y logró
sacarme una irónica sonrisa.
- Bien,
entonces sólo necesita el chequeo de rutina ¿No? – pregunté rápidamente
mientras terminaba de firmar los últimos papeles.
- Sí doctor – su actitud ahora parecía algo nerviosa -
Ella pidió hablar expresamente con usted, después quería ser ingresada de la
forma rutinaria y quedarse como residente dentro del recinto.
La miré un momento como dudando de su calidad de
enfermera. Era la primera vez que se me daba una lista detallada de lo que el
enfermo quería.
- ¿Y de cuando los pacientes se auto-diagnostican en
este hospital? – respondí molesto ante una orden así específica (por otro lado ¿pidió
hablar conmigo?)
- Perdone doctor, no quise disgustarlo, ella hablo de
todo esto cuando llegó por lo que era sólo una acotación – musitó ella.
- Bien, no se preocupe, pero que no se vuelva a
repetir Bety – advertí a la mujer mientras me encaminaba hacia las salas de
consultas.
- Hasta luego doctor – escuché que respondía a lo
lejos.
Caminé por el pasillo pensando un poco en lo que Bety
había dicho, realmente era una novedad que un paciente pidiera a un médico
específico, pero no pude seguir estas meditaciones por mucho tiempo ya que
rápidamente llegué a la puerta de mi consulta.
Entré en la sala donde me esperaba la mujer, estaba
sentada en una de las sillas y apoyaba la cabeza en el respaldo, no tenía más
de veintisiete o veintiocho años, test blanca, contextura algo más que delgada
y pelo castaño, sin embargo lo que más me impresionó es que a pesar de tenerlo
todo para ser extremadamente atractiva las ojeras en sus ojos y la cara de
diazepam de por lo menos dos meses le quitaban todas estas ventajas naturales.
Para mi extrañeza, esta imagen me recordó
inexplicablemente a mi mujer, o por lo menos un bosquejo de ella, ya que nunca
podía recordar bien su rostro - ¿Qué extraño no, el rostro de mi propia esposa?
– medité. Seguí observándola y pude ver que junto a ella había una pequeña caja
de metal, algo como un pequeño baúl de recuerdos… sí, eso era precisamente, un
baúl de recuerdo, y parecía de gran importancia por la forma en que la
acomodaba entre sus piernas.
Me acerqué y la saludé amablemente, lo menos formal que
pude, para así conseguir un trabajo más expedito: si hay más confianza, hay más
charla, si hay mas charla, más rápido y fácil saber si se trataba de una mujer desequilibrada.
Su rostro me parecía conocido, estaba seguro que la había visto en algún lugar,
pero la laguna mental que sufría luego del almuerzo y el papeleo que me tocaba
después de esta consulta me hizo pasar por alto el detalle.
-Bien ¿Sra. Mazzei, cierto?, gusto en conocerla - dije
en un tono cordial y estiré la mano para saludarla.
- Soy Lilian, Daniel, ¿Recuerdas? – Respondió imitando
mi gesto - vine a verte – su voz sonaba
más delicada de lo que esperaba.
- ¿Disculpe? – Por un momento me perturbó su tono de
voz, pero de inmediato volví a mi papel de siquiatra - Sra. Mazzei, supongo que
conoce mi nombre por las enfermeras del hospital pero entienda que yo soy su
doctor, el Doctor Williams para Uds., ¿entendido?- mientras le
aclaraba el asunto su cara había tomado un semblante triste.
- Daniel… -
repitió nuevamente.
- Bien Sra.
Mazzei pasando a otro tema – continué mi protocolo ignorando el último
comentario - me acaba de informar la enfermera, que usted, por iniciativa
propia, se internó en el hospital ¿es esto correcto?
- Sí, vine
a buscarte, para que hablemos. – su seguridad para hablarme no eran propios de
una persona con problemas emocionales graves por lo que taché unas cuantas
opciones en mi cuaderno.
- Sra.
Mazzei – dije mirándola a la cara - ¿Nos conocemos de antes? Siento que hay un
problema de comunicación entre nosotros, soy su doctor ¿estamos de acuerdo? –
anoté este extraño comportamiento en su historial clínico.
- Sí,
disculpe, es una situación extraña para mí – esta vez su cara expresaba aún más
dolor, pero se contuvo y cambió el tono de voz - vine para que me atendiera,
lamento molestarlo.
- No se
preocupe, me alegra que nos entendamos – al fin podría seguir como una de mis
consultas regulares, quien diría que “voluntariamente” podría resultar tan inútil
dentro de un siquiátrico – dígame Sra. ¿Por qué cree que debe estar aquí, entre
esquizofrénicos, lunáticos, pirómanos y desequilibrados mentales? – dije en un muy
mal comentario, la verdad a veces no lograba apuntarle a mi experto lado médico
y objetivo del asunto, pero al fin y al cabo era la mejor manera de saber si
estaba mentalmente sana.
- Que sincero doctor,
casi no parece médico – dijo como escudriñando a través de mis ojos - Entiendo
que parezca extraño pero la verdad necesito que escuche mi historia.
- Bien, entonces cuénteme que para eso vine a verla –
volví a usar mi lado amable y encantador.
- Yo estoy aquí porque… porque no pude soportar la
muerte de mi hija. – Sus palabras eran lentas, algo torpes – Ella… murió hace
tres años… de… leucemia.- las lágrimas de la mujer estaban allí pero ninguna se
decidía a caer.
- ¿Y qué clases de problemas le ha traído esto? –
quise apoyarla acariciando su espalda pero me contuve, a pesar de que su dolor
me parecía familiar, en esta profesión el cariño estaba absolutamente prohibido.
- Muchos doctor, demasiados. Intenté superarlo,
realmente lo intenté, fui a guías espirituales y grupos de ayuda pero nadie
pudo encontrar solución a mi culpa…ni siquiera el amor de mi vida. – me miró un
momento - Ahora estoy sumergida en un mundo de fantasía, un mundo que no existe
y todo por no aceptar esta situación – su pena me pareció valida, la comprendía
de cierta forma, mi hija también había muerto hace poco.
- Señora, es muy válido todo lo que me dice, el asunto
es que si usted sabe todo esto entonces en realidad no es un problema
siquiátrico el que usted padece, sino más bien sicológico.
- NOOO!!! - Bufó repentinamente y de una forma en que
prácticamente saltó de su silla - escúcheme por favor, escúchame!!!… mi hija
murió, todos estamos sufriendo por ello no tan sólo yo, debo abrir los ojos!
La
situación claramente era extraña, su diálogo primera – tercera persona no
lograban hilar dentro de nuestra conversación. Ya entendía por qué la pobre
mujer estaba aquí, saber qué hacer y no hacerlo, debía ser el Karma para ella.
- Bien señora, creo que lo mejor será que la derive
con un sicólogo… - dije al fin.
- ¡NO!, - y junto con decir esto la mujer corrió
rápidamente hasta la puerta y la cerró de un golpe.
La miré mientras ejecutaba todo sin poder siquiera
moverme del lugar donde me había sentado. Claramente este día no iba a ser de
los mejores.
CAPITULO II
LAS CIRCUNSTANCIAS DE ELLA
Lili era la niña más linda que había visto hasta ese momento. Cuando me la dejaron en los brazos por primera vez mis ojos se llenaron de lágrimas al ver como un ser tan indefenso y hermoso quedaba a mi cuidado. Cuando llegó mi querido esposo fue aún peor, lloró, agradeciéndome, entre otras cosas, haberlo escogido como el padre de mi hija, de nuestra hija. En ese momento supe que definitivamente esa pequeña niña sería la persona más amada en este mundo.
A pesar de esto, nuestra felicidad fue fugaz como el viento y luego de que cumpliera seis años de edad le diagnosticaron leucemia. Fue el día más doloroso de mi vida y lloré como una niña en los brazos de mi marido, ambos estábamos destruidos.
Luchamos meses con la enfermedad, corrimos de un especialista a otro, de una terapia a otra, sin embargo para nuestra desgracia la salud de Kim se fue deteriorando más rápido de lo esperado y pesar de todos los esfuerzos que hicimos, antes de un año habíamos perdido la batalla contra el cáncer, y con ello, a nuestra amada hija.
Lo último que recuerdo antes que mi marido enfermara fueron sus palabras al salir por la puerta - Kim murió y yo no pude hacer nada por ella, no pude cuidar a mi preciado tesoro – para él seguir viviendo luego de esta tragedia era simplemente imposible de soportar. A pesar de que cuando me avisaron de su muerte y a lo largo de todo el proceso para enterrarla no derramé una sola lágrima, entendí perfectamente su impotencia, para mí también fue la pérdida más dolorosa de todas, sin embargo había tomado la decisión de ser fuerte, no sólo por mí, sino que por ella y por mi esposo, porque ambos eran muy cercanos y sabía que luego de la partida de mi pequeña lo que se nos venía iba a ser muy duro para mi marido y necesitaría a su lado alguien que le entregara calma.
Todos los síntomas que le describí al doctor eran los de mi esposo, a pesar de querer ayudarlo se fue sumergiendo irremediablemente en una terrible depresión que lo tenían encerrado en la habitación de Kim la mayor parte del día, pero el doctor por supuesto no sería capaz de entender o manejar una situación de estas características, el doctor, al igual que mi marido, estaba cegado por el dolor y no podía ver más allá de lo que quería creer, simplemente no podía ayudarme.
El día que tomé la decisión de internarlo en el centro fue el día que entendí el apoyo que había sido para mí por tantos años, el amor que me había profesado tan devotamente a mí y luego a nuestra hija eran testigo de ello, a pesar de los problemas seguía siendo el amor de mi vida, el tierno marido con el que quería pasar el resto de mi vida y desde entonces he dedicado mi vida a tratar de curarlo. Pero a lo largo del tiempo me he dado cuenta que no es fácil sacar a una persona de la burbuja que ha creado para protegerse de la realidad, y en este caso en particular era algo aún peor, pues él ya había mezclado su pasado y su presente, transformándolo a su conveniencia.
¿Qué me quedaba entonces? Pues luego de tantos años de tratamiento pocas eran las esperanzas que me quedaban, pero a pesar de lo que me dijeran, aún conservaba unas cuantas que se negaban a abandonarme, y mi última alternativa era una pequeña carta que guardaba bajo la manga, que me había propuesto dejarla hasta el final, la carta que guardaría para realizar la más importante de mis jugadas, la carta que guardaría para realizar mi última jugada.
Ya no había otra oportunidad, él mismo tenía que abrir los ojos, eso dijeron mis colegas, y ciertamente tenían razón, si esto no funcionaba quizás tendría que rendirme para siempre.
Ahora la desesperación me había superado y puse en una situación incómoda al doctor, no era mi intención gritarle, pero creo finalmente sabía que terminaría así.
CAPITULO III
RECUERDOS
La mujer y el doctor seguían allí sentados, ninguno se atrevía a romper la tensión del momento ¿Qué podía hacer el doctor ante una reacción tan explosiva de su paciente? ¿Cuánto podría haber soportado la paciente si el doctor no la entendía?
Ninguno conocía bien la situación del otro, pero tampoco estaban para esperar que la eternidad dentro de esa habitación se los contase y pronto el hilo que sostenía toda el entramado de sentimientos en esa habitación se rompió:
- ¿Está todo bien adentro? – comenzó a gritar Bety desde fuera de la sala.
- Si – respondieron ambos a la vez, la mujer para no ser molestada, él todavía no sabía el por qué.
- Sra. Mazzei cálmese, no quise ser grosero – dijo el doctor dirigiéndose a la mujer y conservando la relación médico-paciente.
- Sí, me calmaré, pero tienes que ver lo que te traje primero – y señaló la caja negra que traía con ella. – nuevamente el hablar de ella contrapesaba el de él.
- Bien, la veré, pero tranquila, siéntese – el doctor tuvo la intención de corregir el “te” pero prefirió guardar silencio, tomó la caja y la observó con detención - ¿Quiere que la abra?
- Si, por favor – respondió ella bastante más tranquila.
El doctor la observó detenidamente, era negra, de metal y cerrada con llave, intentó moverla pero algo le decía que debía tratarla con amor y respeto. Miró a la paciente pero ella no tenía intención de moverse del lugar donde se encontraba.
- ¿Me dará la llave? – dijo algo nervioso, se sentía extraño, algo había cambiado desde el momento que tomó la pequeña caja.
- No puedo dártela.
- Creía que quería que la abriera – su nerviosismo ahora era evidente, se sentía mareado y la cortesía para con la paciente se hacía menor a cada segundo.
- Así es – dijo ella muy segura – pero no es necesario que te la de yo, tu eres el dueño de esa caja, tú tienes la llave que la abre.
- Sra. Mazzei ahora creo que tenía razón con respecto a su enfermedad, esta caja la trajo usted – al decir estas palabras algo comenzó a pesar en el cuello del doctor.
Intentó no prestarle atención pero la sensación de ardor que le producía en su cuello era enorme y terminó por mirarse. Ya la había encontrado, la llave estaba en su cuello, la llevó con ´él todo este tiempo, tal y como dijo la paciente.
- ¿Qué significa esto? – la voz del doctor era ya de pánico pero la mujer seguía en la misma posición, expectante ante los hechos que acababa de presenciar.
- Abra la caja doctor – se limitó a decir la mujer.
El doctor obedeció. Desde un comienzo sabía que este día era especial, que la mujer no era sólo una paciente, que ya no había escapatoria para él, pero como se sabía un gran doctor, no dio crédito a sus presentimientos.
Al momento de abrir la caja sintió miedo, demoró varios minutos en girar la llave y aún muchos más en decidirse a abrir la tapa. Mientras tiraba la caja con delicadeza, miles de imágenes sin sentido pasaban por su cabeza, una niña, una mujer, su esposa sin rostro, él mismo. Cuando al fin se abrió la tapa, todo fue más irreal aún, cartas, flores, recortes y miles de fotos eran el contenido de la caja negra.
- ¿Qué es esto? – los ojos desorbitados del doctor buscaban en la mujer una respuesta.
- Daniel…míralas – esta vez la mujer se acercó al doctor y se sentó al lado de él para así acompañarlo.
Comenzó por sacar las cartas de encima, los recuerdos, la gran cantidad de pétalos de flores y por último un pequeño álbum de fotos de la familia Williams… Mazzei. Lo abrió con cuidado, dentro se encontraban él, y ella.
- Daniel…-comenzó diciendo la mujer – esa es nuestra familia ¿Lo recuerdas?, falta Lili, pero ella ya no está aquí entre nosotros, se fue a un lugar mejor – las lágrimas brotaban por sus ojos asiéndole difícil hablar.
El doctor no reaccionó de inmediato, la conmoción era demasiada para alguien sano como él, ¿Cómo podía venir a decirle que eran una familia?, su rabia se transformó en pena y el llanto también terminó siendo su vía de escape.
- ¡NO!- grito el doctor- usted está loca señora, tiene que irse – mientras lo decía comenzó a golpear la puerta de salida
- Daniel, por favor escúchame, tienes que recordar por favor…- sus lagrimas eran cada vez más dolorosas.
-Señora tiene que irse – y se acercó para tomarla del brazo - ¡lárguese!, yo soy un doctor prestigioso, tengo una esposa, una hija que murió de…-no pudo seguir, tampoco recordaba de lo que había muerto.
- ¡Daniel yo soy la doctora aquí! ¿Qué no lo ves?, tú has sido mi paciente durante 10 años, ¡dime cómo era tu esposa! ¡Dime como era tu hija! – la presión fue demasiada para la Dra. Mazzei y terminó por revelar sus verdaderas circunstancias antes de tiempo.
- ¡Estás loca!, eres una mujer loca, ¡SAL! Vete de aquí, yo tengo una esposa, y tenía una hija – repetía una y otra vez el paciente y estaba claro que ya lo habían perdido para siempre.
Un grupo de paramédicos entró al escuchar los gritos desde dentro de la pieza, ambos se pararon, pero fue él quien conservó la caja.
- ¡Sáquenla de aquí! ¡No se puede quedar esta mujer en mi hospital! – gritó Daniel al ver llegar al equipo, pero ellos nadie lo miraban a él.
- Pueden llevárselo – se pudo escuchar la orden de la Dra. envuelta entre las lágrimas – hemos terminado por hoy.
El grupo se abalanzó sobre Daniel que a duras penas entendía lo que estaba pasando, gritó, pateó y maldijo cuanto pudo pero ante la presión finalmente cedió y se dejo dopar.
Mientras se iba miró por última vez las fotos donde se encontraba él, la llave que traía en el cuello, pero nada tenía sentido aún, todo era una gran nebulosa en su cabeza, él tenía una esposa de la que no recordaba su cara, ella tenía veintisiete años, dos menos que él, era de test blanca, contextura delgada, pelo castaño… tenía una hija muerta pero no sabía las circunstancias de su muerte, sabía que aún le dolía el pecho al pensar en ella pero no recordaba su rostro. Entonces, mientras pensaba en todas estas cosas, una de las fotos que estaba en la mesa de la habitación comenzó a elevarse y flotar a través de esta, salió del lugar y se cruzó voluntariamente por donde se encontraba Daniel; él, al verla pasar, sintió como todo el tiempo se detenía para guardar ese único, mágico y extraordinario momento, el balde de agua fría en su cabeza calló como una amiga mortal y fatal, el infierno, el cielo, la miseria, la alegría, todo comprimido en esta sola y única foto que pasaba por su lado, en ella podía distinguirse claramente su rostro, el de la Dra. Mazzei y…el de su pequeña hija.
La doctora ya se iba. Envuelta en el amargo sabor de otro fracaso, de la última derrota que no esperaba, que no aceptaba, sin embargo sus circunstancias estaban a punto de cambiar.
-¡Lilian!– el grito venía del otro lado del pasillo. - No me dejes aquí. Necesito a mi esposa conmigo en estos momentos.
La doctora giró de inmediato, su corazón en un segundo comenzó a dar saltos de alegría, de ansiedad, de miedo, sus lágrimas que parecían haberse extinguido hace unos instantes atrás volvieron a brotar como si fueran infinitas dentro de su pequeño cuerpo.
-Daniel… ¡Daniel!
La espera de diez años había acabado, finalmente tenía a su esposo de vuelta.
Septiembre, 2011
Me encantó :)
ResponderEliminarQue hermoso!!
ResponderEliminarY es algo diferente de lo que leo siempre, así que le da un toque especial !
Me encantó está sección :)
Un besote!